“El poder transformador del encuentro con Jesucristo”
Homilía en la Ocasión de la Cruzada Guadalupana Arquidiocesana Anual
9 de diciembre de 2023; Catedral de Santa María
Lecturas: Ap 11:19a, 12:1-6a.10ab; Jdt 13; Lc 1:26-38
English translation
Introducción
Siempre es una alegría para nosotros reunirnos para honrar a nuestra Madre la Virgen de Guadalupe y adorar a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Nos levanta el ánimo y nos llena de luz al anticipar el nacimiento de su Hijo, la luz de Dios que viene al mundo.
Esta trigésima Cruzada Guadalupana que celebramos hoy añade una alegría aún mayor ya que fue este día hace 492 años que san Juan Diego recibió la aparición de la Madre de Dios y anunció su mensaje al mundo. Este año celebramos la Cruzada Guadalupana en el día de su fiesta. Pero, ¿quién fue realmente Juan Diego Cuauhtlatoatzin?
¿Quién era Juan Diego?
Su nombre indígena significa, providencialmente, “águila parlante”: es él quien transmitirá el mensaje de Nuestra Señora a su pueblo, en la lengua de ese pueblo, en su cultura y según sus tradiciones y formas de pensar. Él sería el catalizador para unir dos mundos y fusionarlos en un nuevo pueblo, una nueva civilización cristiana.
En la homilía que pronunció en la Misa de Canonización de Juan Diego en 2002, el Papa san Juan Pablo II habló de esta realidad con las siguientes palabras:
¿Cómo era Juan Diego? ¿Por qué Dios se fijó en él?… Es conmovedor leer los relatos guadalupanos, escritos con delicadeza y empapados de ternura. En ellos la Virgen María … se manifiesta a Juan Diego como la Madre del verdadero Dios…. Juan Diego, al acoger el mensaje cristiano sin renunciar a su identidad indígena, descubrió la profunda verdad de la nueva humanidad, en la que todos están llamados a ser hijos de Dios en Cristo. Así facilitó el encuentro fecundo de dos mundos y se convirtió en protagonista de la nueva identidad mexicana, íntimamente unida a la Virgen de Guadalupe, cuyo rostro mestizo expresa su maternidad espiritual.[1]
Esta es la manera en que la Iglesia trabaja al proclamar la palabra de Dios al mundo: la Iglesia no destruye, sino que construye, reconoce lo que es bueno y noble en una cultura y coherente con el evangelio, y lo purifica y construye sobre ello, transformando la cultura con Cristo. Una vez que Cristo es introducido en la cultura, todo cambia, todo mejora. Lo que es de muerte y de oscuridad es expulsado, y lo que es de luz es purificado y nos conduce a la vida del cielo.
Preparación
Y en este caso, la Iglesia tenía mucho sobre qué construir. Así como Dios obró a través de Su pueblo escogido original en la preparación del mundo para la venida de Su Hijo, lo cual cumplió a través de la Santísima Virgen María, así en su inescrutable sabiduría estaba obrando a través del pueblo azteca para esta aparición de la Madre de Su Hijo por el cual ella daría a luz una vez más, esta vez a un nuevo pueblo cristiano.
Al relatar su experiencia de la aparición, Juan Diego utiliza la expresión en su lengua nativa náhuatl in xochitlalpan in tonacatlalpan, en referencia al Mundo Paraíso de las Flores, que, en la imaginación religiosa azteca, significaba el lugar de la belleza y la verdad supremas, la fuente de toda creatividad y, al final, el lugar en que todos anhelamos estar después de morir. De repente se ve rodeado de dulce música y belleza, y en la imagen de esta mujer de realeza ante él, ¿qué ve en la prenda sobre su vientre en el que lleva un niño? La xochitl, la flor de cuatro pétalos que es el símbolo azteca de la vida y la divinidad, señalando así la fuente de la vida y la divinidad, allí mismo en el útero de la mujer. En medio de esta experiencia Juan Diego se pregunta si ya se encuentra en el lugar del que hablaron sus antiguos antepasados, el Mundo Paraíso de las Flores, si era ese lugar de paradisíaca y suprema belleza que encontró. Allí encontró la máxima belleza y verdad, Jesucristo el Hijo de Dios, en quien había sido bautizado y en quien encontró la manera de vivir con él para siempre en el paraíso.[2]
El encuentro con Jesucristo lo cambia todo, como lo hizo para Juan Diego y para su pueblo. La visita de la Belleza y la Verdad supremas a través de su Madre abrió el camino hacia el mayor evento de evangelización en la historia de la Iglesia, con unos nueve millones de compañeros aztecas de Juan Diego siguiendo su ejemplo, aceptando el bautismo y viviendo el camino de Cristo en la década siguiente. Nace así una nueva civilización cristiana, un pueblo que antes estaba lejos y ahora se acerca a Cristo por la revelación de su verdad y el poder salvador y transformador de su gracia.
Encuentro Transformador
Este cambio, sin embargo, no es cuestión de un solo encuentro y que luego todo esté aclarado. Para Juan Diego comenzó con un primer encuentro que lo llevó a su bautismo, con el que inició toda una vida con Jesucristo en la que creció hacia una unión cada vez más profunda con él, el camino hacia la belleza del Mundo de las Flores que aprendió de sus antepasados. Esa unión ciertamente se profundizó en el encuentro en el Tepeyac, tanto que luego decidió pasar el resto de su vida como ermitaño, viviendo en una pequeña choza cerca de la capilla donde era lugar de veneración de la imagen de la mujer que se le apareció. Pasó el resto de su vida cuidando del lugar y a los peregrinos que acudían a rezar ante la imagen. Su vida estuvo marcada por la práctica de la virtud y del amor ilimitado a Dios y al prójimo.[3]
De la iluminación que recibió en su bautismo aprendió que esta era la manera de vivir su vida en este mundo, ya con un anticipo del Mundo de las Flores. Eso sólo proviene de la imitación de la mujer que se le apareció: la Madre de aquel quien es fuente de toda belleza y verdad. Ése es el camino de la humildad, que es la única manera de decir y vivir nuestro “sí” a Dios. Ella nos da el modelo en su respuesta al mensaje del ángel que le anuncia que será la Madre del Hijo de Dios: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. “Esclava”: ella que es la Madre del Creador del universo, exaltada sobre toda creación, asume la posición de esclava ante su Creador e Hijo. Ella es, pues, el modelo del discipulado cristiano, el camino hacia el lugar al que todos queremos llegar.
Así es para cada uno de nosotros, porque así es como Dios nos diseñó como seres humanos. Y es la manera en que Dios obra para cada uno de nosotros, preparándonos para recibirlo y recibir la plenitud de Su amor, verdad y belleza. Así como preparó al pueblo azteca para la venida de Su Hijo a través de su Madre con las profecías del Mundo de las Flores, y como preparó al mundo entero a través de Su pueblo escogido original para la venida del Salvador a través de su Madre, así en cada uno de nosotros él está obrando preparándonos para recibir la plenitud de su verdad y belleza. Pero somos incapaces, a menos que sigamos el ejemplo de María, rebajándonos a aceptar humildemente el camino de su Hijo, a vivir una vida de virtud y de amor ilimitado a Dios y al prójimo. Sólo así podremos empezar a anticipar la vida del cielo y estar preparados para recibirla en su plenitud cuando pasemos de esta vida a la siguiente.
Conclusión
No puedo hacer mejor que concluir esta homilía con las palabras de la oración a san Juan Diego con la que san Juan Pablo II concluyó su homilía para aquella Misa de canonización del santo del Tepeyac:
¡Bendito Juan Diego, indio bueno y cristiano, a quien el pueblo sencillo ha tenido siempre por varón santo! Te pedimos que acompañes a la Iglesia que peregrina …, para que cada día sea más evangelizadora y misionera. Alienta a los Obispos, sostén a los sacerdotes, suscita nuevas y santas vocaciones, ayuda a todos los que entregan su vida a la causa de Cristo y a la extensión de su Reino.
¡Dichoso Juan Diego, hombre fiel y verdadero! Te encomendamos a nuestros hermanos (y hermanas) laicos, para que, sintiéndose llamados a la santidad, impregnen todos los ámbitos de la vida social con el espíritu evangélico. Bendice a las familias, fortalece a los esposos en su matrimonio, apoya los desvelos de los padres por educar cristianamente a sus hijos. Mira propicio el dolor de los que sufren en su cuerpo o en su espíritu, de cuantos padecen pobreza, soledad, marginación o ignorancia. Que todos, gobernantes y súbditos, actúen siempre según las exigencias de la justicia y el respeto de la dignidad de cada hombre, para que así se consolide la paz.
¡Amado Juan Diego, ‘el águila que habla’! Enséñanos el camino que lleva a la Virgen Morena del Tepeyac, para que Ella nos reciba en lo íntimo de su corazón, pues Ella es la Madre amorosa y compasiva que nos guía hasta el verdadero Dios. Amén.[4]
[1] Viaje Apostólico a la Ciudad de México: Santa misa de canonización del beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin (Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, 31 de julio de 2002) | Juan Pablo II (vatican.va)
[2] https://www.oursundayvisitor.com/new-book-explores-how-our-lady-of-guadalupe-sparked-millions-of-conversions/
[3] Juan Diego Cuauhtlatoatzin: biography (vatican.va)
[4] Viaje Apostólico a la Ciudad de México: Santa misa de canonización del beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin (Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, 31 de julio de 2002) | Juan Pablo II (vatican.va).