“Pasando la prueba del desierto usando las disciplinas de Cuaresma”
Homilía – 1er Domingo de Cuaresma, Año “A”
Introducción
De acuerdo con la antigua tradición de la Iglesia, comenzamos la temporada de Cuaresma escuchando la historia de nuestro Señor retirándose al desierto para pasar cuarenta días en ayuno. Esto da la razón de nuestros cuarenta días de Cuaresma: nos retiramos al desierto, espiritualmente, para ayunar con Jesús durante cuarenta días. El desierto es en verdad un lugar de prueba: todas las comodidades son arrebatadas, la comida y el agua escasean, uno está a merced de los elementos y debe confiar en Dios para la salvación.
Es Señor en el Desierto
Así nuestro Señor fue probado allí; como se nos dice, fue tentado por el diablo al final de esos cuarenta días. El diablo, como sabemos, es el gran divisor. El mismo origen de la palabra significa “dividir”. Y esto es quien es, el que quiere dividirnos: dividir nuestras familias, nuestras comunidades de fe, nuestros barrios, nuestra nación. Y aquí busca separar al Hijo de Dios de su Padre. Noten como usa este título al dirigirse a nuestro Señor: “si tú eres el Hijo de Dios”. Aquí su envidia se muestra en toda su maldad. Como dice el evangelio, Jesús fue llevado al desierto “en aquel tiempo”.
“Aquel tiempo” es el tiempo inmediatamente posterior a su Bautismo, cuando, emergiendo del agua, se escuchó la voz del Padre desde el cielo proclamando: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias”. Es esto que quiere ser el diablo, quiere tomar el lugar de Jesús como Hijo de Dios, y por eso busca separarlo de su Padre, como separó a Adán de Dios, Quien lo hizo.
Esto lo escuchamos en nuestra primera lectura, cuando el diablo aprovechó el momento en que Eva se separó de Adán y logró engañarlos para que comieran del fruto prohibido y así separarlos de Dios. Así comenzó el plan de salvación de Dios para unirnos de nuevo a Él, comenzando por elegir un pueblo, el pueblo de Israel, de quien enviaría a Su Hijo para reparar la brecha causada por nuestros primeros padres.
Israel en el Desierto
Para aquel antiguo pueblo de Israel, el desierto fue también un lugar de prueba: durante cuarenta años vagaron por el desierto del Sinaí en busca de la Tierra Prometida tras ser liberados de la esclavitud en Egipto. Dios los puso a prueba, y tantas veces fracasaron: no creían que Él los cuidaría, que Él les daría alimento, que Él les daría agua, que Él los protegería de sus enemigos y de los elementos, que Él los guiaría por el camino correcto, e incluso llegaron al punto de adorar a un dios falso.
Las respuestas que Jesús da al diablo son citas del libro del Deuteronomio, que nos narra el discurso final de Moisés al pueblo elegido antes de cruzar el río Jordán para entrar en la Tierra Prometida. Aquí están al final de su permanencia de cuarenta años en el Sinaí, a punto de recibir la herencia que su Dios les había preparado, y Moisés les da un discurso para prepararlos para este momento histórico.
¿Cuál es el mandamiento básico? Recordar; recordar todo lo que el Señor hizo por ellos y Su fidelidad hacia ellos. Y para que se acuerden, les manda: “No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios”; “No tentarás al Señor, tu Dios”; “Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás”.
El Significado de la Cuaresma
Porque el diablo es real y nos tienta a cada uno de nosotros, buscando separarnos de Dios y de los demás, aprovechamos estos cuarenta días de Cuaresma para ayunar con nuestro Señor en el desierto. Es importante que aprovechemos las prácticas de Cuaresma, para que el maligno no logre separarnos: las prácticas de oración, ayuno, limosna y otros actos de caridad. Y es importante que hagamos ayuno, literalmente ayuno, absteniéndonos de comer alimentos, especialmente alimentos que nos den placer, para que podamos sentir la diferencia en nuestros cuerpos.
Esto nos enseña a estar menos apegados a aquellas cosas a las que nos sentimos atraídos, para que podamos estar más atentos al cuidado del otro. Hay otras formas de ayuno que también son eficaces, como el ayuno de ver televisión o de las redes sociales. Pero el ayuno corporal es siempre parte integral de la Cuaresma, y ayuda a enfocar y orientar adecuadamente nuestra oración y actos de caridad.
Sin embargo, no vivimos esto de una manera abstracta. No vamos literalmente al desierto, ni nos alejamos de nuestras circunstancias cotidianas. Es ahí mismo, en nuestra vida cotidiana, que debemos vivir esto, no buscando algún gran milagro o muestra de majestuosidad, sino en las situaciones cotidianas en las que nos encontramos: nuestras familias, nuestros lugares de trabajo, con los compañeros de escuela, con nuestros co-feligreses, con todos aquellos con quienes interactuamos en el día a día. Como dice el refrán, la caridad comienza en casa. Estar menos centrado en ti mismo y en lo que tú quieres y buscar el bien del otro es lo que el amor significa. Y eso es lo que construye la unidad, fortaleciendo los lazos de comunión que tenemos unos con otros, y por tanto con Dios.
El diablo no puede resistir esto. Él busca separarnos de Dios dividiéndonos unos de otros. No podemos permitir que eso suceda. Pero solo tendremos éxito si recordamos: recordar todo lo que nuestro Señor ha hecho por nosotros, todo lo que nos recuerda este tiempo de Cuaresma, como aceptó libremente la muerte más deshonorable de la Cruz para perdonarnos nuestros pecados y reconciliarnos con su Padre. Y debemos recordar de manera muy práctica, concreta, no en abstracto: sometiéndonos a las disciplinas de Cuaresma – ayunando, orando y buscando siempre hacer el bien al otro – perseverando en los actos de penitencia, y sobre todo en el sacramento de la Penitencia, confesando nuestros pecados en el sacramento y recibiendo la absolución del sacerdote.
Conclusión
Busquemos, entonces, estos pequeños caminos para demostrar a Dios que nos acordamos, que buscamos la comunión con Él por el amor y la unión de unos con otros, para que también nosotros, con nuestro Señor y con su ayuda, venzamos al demonio y así compartamos la gloria del cielo. Como dijo un erudito de las Escrituras: “El hecho de que seamos hijos de Dios no se trata de milagros, sino de comprender la voluntad de Dios a través de la apertura a Su palabra y llevarla a cabo con amor, confianza y obediencia”. Que Dios nos conceda esta gracia.