“The Priest’s Service of Obedience for the Sake of Peace and Unity in Christ”

Homily – Mass of Ordination to the Priesthood
June 4, 2022
(Readings: Acts 10:37-43; Ps 110; Eph 4:1-6; Jn 15:9-17)

Summary in Spanish

Escuchamos mucho hablar en estos días sobre nuestra sociedad polarizada y la necesidad de unidad, con muchos funcionarios públicos que prometen ser fuerzas de unidad o critican a aquellos que están causando división.  Sin embargo, parece que típicamente se toma uno de dos extremos: o enfocarse en la riqueza de nuestra diversidad como sociedad e incluso como Iglesia y hacer la vista gorda ante las divisiones que yacen bajo la superficie, o alcanzar la unidad destruyendo a aquellos que están en desacuerdo con las ideas que cada uno tiene de cómo deberían ser las cosas. 

San Pablo, sin embargo, nos da una idea diferente, que es realmente una solución al problema.  Nos dice en su Carta a los Efesios que acabamos de escuchar: “…lleven una vida digna del llamamiento que han recibido.  Sean siempre humildes y amables; sean comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos en el Espíritu con el vínculo de la paz.”  En otras palabras, la clave de la unidad es la virtud, en concreto, las virtudes que enumera aquí: la humildad, la amabilidad, la paciencia y ese amor que busca el bien del otro por el bien del otro.

Si bien este es el llamado de todo cristiano, para el sacerdote adquiere toda una dimensión adicional y una mayor importancia, porque él es el principal agente de unidad en la Iglesia.  Y esto es lo que da razón a su promesa de obediencia, promesa que repite en su ordenación sacerdotal, porque ya la hizo cuando fue ordenado diácono.  ¿Por qué repetirla?  Porque al ordenarse en sacerdote, su relación con su obispo ahora cambia, es de una calidad diferente porque ahora comparte el mismo Sacerdocio sacramental de Cristo con y en su obispo.  Se convierte en un “cooperador” con el obispo de una manera única, a diferencia de los fieles laicos e incluso de los diáconos.  Nadie más puede ser esa imagen de Cristo, el Buen Pastor y Cabeza de la Iglesia, y, de hecho, la gente todavía mira al sacerdote como alguien que representa a la Iglesia para ellos.  Se vuelven a él en sus momentos de necesidad, de confusión y de conversión; su presencia es siempre necesaria para que sepan que la Iglesia se preocupa por ellos y camina con ellos. 

En este sentido, la promesa de obediencia del sacerdote podría llamarse un servicio, el “servicio de la obediencia”.  Es un servicio gratuito y filial, y por tanto compatible con la amistad.  Y es por eso que nuestro Señor pudo decir a sus apóstoles la noche antes de morir, como acabamos de escuchar en el Evangelio, “Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre.”  El servicio del sacerdote como hombre de comunión es una obediencia ejercida en el contexto de la amistad y el respeto mutuo.  Pero para que esto suceda, debe ante todo ser amigo de Dios.  Por eso nuestro Señor, en este mismo discurso de despedida a sus apóstoles, les dio el mandamiento, “Permanezcan en mi amor.”  Permanecer en la presencia del Señor.  La vida de oración del sacerdote es la base de su servicio de comunión, para cultivar aquellas virtudes que hacen posible que su comunión con Dios fluya hacia la edificación de la comunión en el Cuerpo de Cristo.

Esa comunión también depende de la creencia correcta, como nos señala San Pablo: “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo.”  Una fe significa unidad en la creencia.  A medida que la Iglesia creció en el mundo pagano, la fe llegó a entenderse cada vez más como la aceptación de la tradición apostólica autorizada, que podía distinguirse de las falsas doctrinas del mundo en el que vivían los primeros cristianos. 

Lo mismo es cierto para nosotros hoy.  La creencia correcta, fundada en una vida de oración, abre la mente y el corazón a escuchar todo lo que el Señor quiere decirnos de su Padre, y cultiva las virtudes necesarias para la unidad.  ¿Y cuál es el resultado?  “[E]sfuércense en mantenerse unidos en el Espíritu con el vínculo de la paz”, nos dice San Pablo.  El resultado es la paz.

Gerardo y Jerald: nos alegramos con ustedes, sus familias y toda nuestra Arquidiócesis por su ordenación como sacerdotes hoy.  Gracias por su perseverancia en responder al llamado del Señor.  Hoy que comienzan sus trabajos apostólicos, sigan perseverando en lo que el Señor les pide, y den así el fruto duradero para lo que los ha destinado: el fruto de humildad y amabilidad, de paciencia y de caridad, de unidad, de paz y de la salvación eterna.