Voluntarios sirven comidas del Día de Acción de Gracias y esperanza en las cárceles de San Francisco
Por Diácono Dana Perrigan
Un miércoles por la mañana durante la semana antes del Día de Acción de Gracias, Janet Shi se junta con una docena de voluntarios delante de la cárcel no. 2 del Condado de San Francisco a las calles Bryant y Seventh. En unos minutos, ella, junto con las otras, estará conducida por puertas cerradas por medios electrónicos, arriba en el ascensor hasta las secciones donde viven 250 presos.
Previamente esa mañana, la mujer dinimuta había salido de su casa en San Mateo para ser parte de lo que es ahora un evento anual – llevando una comida de acción de gracias a todos los presos en las dos cárceles de la ciudad, quienes no estarán sentados alrededor de una mesa con sus seres queridos este año.
«Estaba emocionada durante el viaje acá,» dice Shi.
También estaba, admitió más tarde, un poco nerviosa. Al no haber estado nunca dentro de una cárcel, su idea de cómo podría ser se basó en gran medida en imágenes de películas sobre prisiones — hombres duros y peligrosos gritando desde tras las rejas de sus celdas. Una feligresa de St. Mark en Belmont y St. Gregory en San Mateo, Shi había considerado ayudando en Días de Acción de Gracias anteriores, pero no lo hizo.
Esta vez, llegó.
Julio Escobar, el coordinador de justicia restaurativa de la Arquidiócesis de San Francisco, da unas instrucciones de última hora a los voluntarios: Después de servir las comidas a los presos, deben rezar una oración de acción de gracias. Después de la oración, pueden preguntar a los presos por qué están agradecidos.
«Queremos vivir las fiestas en las personas aquí,» dice Escobar, quien coordinó el evento. «Queremos mostrarles que estamos con ellos en su encarcelamiento, y lo hacemos por compartir el Día de Acción de Gracias con ellos.»
Compartiendo el Día de Acción de Gracias con los presos, dice Escobar, empezó hace cinco años. Inicialmente, solamente pocos grupos de presos recibieron una comida. Después, al aumentar el financiamiento, se sirvieron más presos. El evento de este año, que costó $11,500 para servir a 850 presos, marcó la primera vez desde el inicio de la pandemia COVID que voluntarios no afiliados con las cárceles podrían servir.
Después de una oración por el padre Rene Iturbe, el grupo divide en equipos. Junto con empleados de la cárcel, cada equipo toma un carrito de metal sobre las que se han colocado bolsas termorretenedoras que contienen las comidas envasadas individualmente. Cada preso recibe una comida de Acción de Gracias preparada por un servicio de catering con pavo asado, relleno, puré de papas, salsa espesa, ejotes, salsa de arándanos, un bolillo con mantequilla, y para el postre, una galleta.
Conducido por Alissa (Ali) Riker, directora de programas con la oficina del aguacil de San Francisco, Shi y varios otros voluntarios entran en el módulo donde aloja presos experimentando problemas médicos o psicológicos. Aquí los presos no serán permitidos en al área común para cenar juntos. En lugar de esto, las comidas estarán pasados por un espacio en la puerta de cada celda.
«Es genial tener voluntarios,» dice Riker. «Tiene un gran impacto para las personas saber que no han sido olvidados.»
Trabajando juntos, los voluntarios jalan el carrito a través del módulo, parando enfrente de cada celda para distribuir una comida. Riker informa a los presos, vestidos de anaranjado, que la comida de Acción de Gracias fue fundado, en partes iguales, por la Arquidiócesis de San Francisco, Five Keys Charter School y la oficina del aguacil de San Francisco. Entonces Riker, o a veces un voluntario, pregunta a cada preso que nombre algo por lo que esté agradecido.
«Por mi vida,» dice un joven sin camisa con un tronco cubrido con tatuajes.
«Por ustedes,» dice otro preso, agarrando su comida.
“Por mi familia,» dice otro.
De pie detrás de las rejas de sus celdas para recibir las comidas, los presos parecen curiosos, amables y agradecidos. En una celda, que alberga a dos mujeres jóvenes, una no si siente bastante bien para salir de su litera. Sin embargo, logró dar una sonrisa a los voluntarios.
«Estaba un poco vacilante al principio a preguntarles por qué estaban agradecidos,» dice Theresa Morse, una voluntaria de la parroquia St. Patrick’s en Larkspur, quien fue a otra sección. «Pero fueron tan receptivos. Con muy pocas excepciones, tuvieron algo que agradecer. Y estaban agradecidos a nosotros.»
Tanto Morse como Shi dice que lo haría otra vez con mucho gusto.
«Absolutamente,» dice Morse.
«Fue tan gratificante,» dice Shi.
La próxima mañana, una escena similar, pero a mayor escala, tiene lugar en la cárcel no. 3 del condado de San Francisco. Este día, los voluntarios y personal se juntan para servir una comida de Acción de Gracias a los apróximadamente 600 presos dentro del complejo a Moreland Drive en San Bruno.
Llavando mascarillas y guantes, forman un gran círculo en la entrada de la cárcel. Yolanda Robinson, coordinadora de servicios religiosas con del ddepartamento del aguacil de San Francisco, de una bienvenida al grupo.
«No tengo lenguas suficientes para agradecerles por todo los que están haciendo aquí hoy,» dice.
Entonces, el jefe adjunto del alguacil Kevin T. Fisher-Paulson intenta. Dice a los voluntarios que su servicio hoy es una medida de su empatía y humanidad.
«Recuerden,» dice, «cada persona aquí es amado por alguien, y hay una silla vacante en su mesa familiar este año.»
Después de una oración conducida por el padre John Jimenez, los voluntarios dividen en equipos y se paran junto a su carrito. Como el día anterior, van por las puertas cerradas electrónicamente y por pasillos hasta llegar a los módulos. Bhavani Kludt, facilitadora de grupo coon Community Works, que se compromete con el departamento del aguacil para llevar programa a las cárceles de San Francisco, guia su grupo a 5A.
«Cuando pase algo especial, es maravilloso,» dice Kludt. «Es muy entretendio hacer cosas divertidas con los hombres.»
Adentro, dos filas de celdas están a un lado del espacio. En el lado opuesto, un diputado vigila desde un puesto de observación elevado. En el piso entre los dos lados, hay un área común con mesas donde los presos pueden sentarse y jugar juegos de mesa cuando pueden salir de sus celdas.
Debido a que solo hay un diputado para supervisar este módulo y el 5B contiguo, el grupo de Kludt se une con un otro grupo para servir comidas al otro módulo primero. Luego, volverán a su módulo asignado.
Los presos, la mayoría de los cuales son negro o latino y joven, parecen dar la bienvenida a la interrupción a su rutina diaria. Algunos saludan con la mano y sonríen a los voluntario.
«Gracias,» dice un joven después de recibir su comida. «Que Dios lo bendiga.»
Otro, cuando preguntado por qué está agradecido, dice, «Todavía estoy vivo.»
Dos hombres latinos en una celda dice a un voluntario en español que son de Guatemala y lejos de las familias a las que hacen falta. Imágenes religiosas adornan una pared en la celda.
Luego, después de que las comidas han sidos distribuidos y comidos, los voluntarios vuelven de celda a celda para recoger las cucharas de plástico y contenedores.
«Pensé que todo salió muy bien,» dice Kludt, quien participó en la comida de Acción de Gracias el año pasado. «Cada año siempre hacemos un ejercicio de gratitud con los hombres. Es bueno para ellos.»
Antes de que los voluntarios salen del módulo, un preso que estaba en corte durante la mañana vuelve a su celda. No quedan comidas, pero dos voluntarios salen del módulo para buscarlo. Regresando algunos minutos después, un voluntario le da la comida al preso.
«Probablemente no me reconoce,» dice el preso, «pero le recuerdo de la prisión de menores. Usted solía ser voluntario allá.» El preso entonces dice al voluntario que ha sido sentenciado a la cárcel federal.
Parece, para los dos, una reunión agridulce.